jueves, 4 de junio de 2015

NUMEROS: Un dios que no perdona

NT: Así continuo Yavé: Por mi vida, que eso haré con vosotros. De todos vosotros, los que en vuestro censo fuisteis contados de veinte años para arriba, que habéis murmurado contra mi, ninguno entrara en la tierra que os prometí. Solo Caleb y Josué. En cuanto a vosotros, en este desierto yacerán vuestros cadáveres, vuestros hijos erraran por el desierto cuarenta años, hasta que vuestros cuerpos se consuman en el desierto. En este desierto se consumirán, en el morirán (Num. 14.28-38).

CM: Yavé se reafirma en su propósito, lo expone para el conocimiento de todos, para dejar constancia de su poder y de su crueldad. La muerta será segura después de cuarenta años de penalidades, si las aguanta. Crueldad sobre crueldad, dios inmisericorde y vengativo, líder incapaz y fracasado en su empeño.

Solo Caleb y Josué (olvidado en la mención anterior), convertidos en lideres de su dividido ejercito, gozaran de los favores de Yavé. El resto, ¿cuantos cientos de miles de personas sufrirán las penalidades ya descritas? un nuevo magnicidio del creador.

NT: El pueblo quedo desolado y quiso llegar a la tierra prometida sin la ayuda de Yavé y contra el consejo de Moisés, pero fueron rechazados por los amalitas y los cananeos (Num. 14.39-45).

CM: No es de extrañar que, ante el futuro de una muerte lenta y segura, los condenados quisieran intentar por su cuenta una huida hacia delante. Pero ni Yavé, ni los escritores bíblicos estaban dispuestos a dar ninguna oportunidad de escape a los desconfiados israelitas. Poco importa ya el futuro de estos desdichados, sino el de las familias de Caleb y de Josué. Yavé es así, gusta de elegir a modelos para que los demás le imiten, en contrapartida a quienes se atrevan siquiera a murmurar o a dudar de él, a pesar de que ven razones de sobra para ello.

NT: Cuando hayáis entrado en la tierra que yo voy a daros y hagáis a Yavé ofrenda de combustión, holocausto o sacrificio… (Num. 15.1-31).

CM: Como si nada hubiese pasado, tras el abandono a una muerte canalla y segura de todos aquellos que se quejaron y dudaron de Yavé, éste ya esta pensando en el nuevo hogar de los que quedan y de cómo han de realizarle las ofrendas y sacrificios; según se trate de buey, oveja o cabrito, siempre en olor grato a Yavé. Y así será para las siguientes generaciones.

No escatima, el escritor, numerosos párrafos para describir, una vez más, como han de llevarse a cabo los sacrificios, sin olvidar que su incumplimiento llevara consigo borrar de en medio de su pueblo a quien incumpliera.

El narcisismo de Yavé, su ansia de ser idolatrado no tiene parangón.

NT: Sucedió, que estando los hijos de Israel en el desierto, encontraron a un hombre recogiendo leña en sábado. Yavé ordeno: Sin remisión, muera ese hombre. Que lo lapide el pueblo. Lo sacaron fuera del campamento y lo lapidaron, muriendo como se lo había mandado Yavé a Moisés (Num. 15.32-36).

CM: El escritor bíblico vuelve a dar un salto atrás para ejemplarizar un acontecimiento puntual. Un pobre hombre, por ignorancia o a sabiendas, por necesidad o capricho, o con deseos de violar la ley sagrada, osó trabajar en sábado, día consagrado a Yavé. Mientras que Moisés y Aarón lo detuvieron hasta ver que hacer con el desdichado, Yavé no tuvo duda alguna, despiadado como es, aplico la ley sin paliativos, siendo condenado a muerte por lapidación.

Este dios, que nada tiene de bondadoso ni de sabio, dictamina castigos severos sin ni siquiera indagación alguna y lo hace con total ausencia de piedad o consideración para el reo.  

Desgraciadamente, en los tiempos presentes se siguen imponiendo castigos severos, por ejemplares, siguiendo los dictámenes de una supuesta ley islámica, que tiene sus orígenes en las llamadas sagradas escrituras. De forma, que lo que estamos comentando, que podría entenderse en el contexto de tiempos remotos, aunque no por ello justificable, sigue siendo extrapolable a algunas sociedades actuales, en los que la ley de Dios sigue imperando sobre las leyes de los hombres. Lo religioso sobre lo civil.


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