miércoles, 20 de junio de 2012

Privilegios consolidados, derechos reivindicados

           Dos mil años de civilización cristiana, de una religión aburrida y absurda. Un larguísimo periodo de consolidación del poder eclesiástico, de extensión del pensamiento de la iglesia católica por los imperios de la vieja Europa, evangelizadora en los nuevos territorios ocupados de África, Asia y las dos Américas. Dos milenios de dominación del pensamiento individual y colectivo, de casamiento con el poder político, cómplice, participe y autora de múltiples atropellos.

A pesar de este dominio obstaculizador del progreso de la humanidad, nadie duda de los grandes avances acontecidos en el ámbito cultural, social, científico y humano y también en lo político, desde aquellos tiempos del imperio romano. Pero ¿Qué habría sido de la civilización sin esa presencia dominante de la idea religiosa, basada en la resignación, en el temor y en la promesa de un futuro después de la muerte? ¿Habríamos llegado a donde estamos algunos siglos atrás? ¿Estaríamos hoy donde la humanidad estará dentro de algunos años?

Ciertamente han caído la mayoría de los argumentos que sustentaban a las religiones, sin embargo los grandes hitos del descubrimiento científico, las evidencias a favor de la evolución de las especies y del ser humano en particular, no han impedido que las religiones sigan ejerciendo su inmenso poder, que el cristianismo sigue manteniéndose en un integrismo rancio alimentado por una jerarquía eclesiástica reaccionaria y remando contracorriente, que el islamismo mas radical se sustente en el odio hacia los infieles, incluido el odiado Occidente o que el judaísmo viva anclado en  la Biblia.

Echemos una mirada hacia atrás, hagamos un recorrido mental, a penas un minuto, para visualizar esos 2.000 años de historia de nuestra Europa. Cada cual que lo haga desde su propia visión, que vendrá determinada en función de sus conocimientos de la historia, incluso de sus ideas  religiosas y políticas. Hay descubrimientos innegables, la sociedad ha avanzado en el conocimiento de la naturaleza y de las leyes que la rigen, la pequeñez del hombre y de su entorno ante un universo que se nos presenta como inconmensurable deberían, al menos, cuestionar el hecho religioso. Durante ese periodo la sociedad se ha visto sumida en múltiples guerras, en ocasiones en defensa de la “verdadera religión”, ora la cristiana ora la musulmana y de la idea religiosa, de la ortodoxia y en contra del pensamiento libre. Por la religión se han cometido atropellos múltiples, persecuciones, ejercitado la tortura y se han llevado a cabo crímenes de lesa humanidad.

Sin embargo se sigue hablando de civilización cristiana, se quiere decir con ello que somos hijos de esta civilización y al mismo tiempo parte de ella y continuadoras de la misma, pretendiendo que esto es así de manera universal y por consiguiente para los no cristianos, los no religiosos y para los no creyentes en el dios de los cristianos, ni en ningún otro dios presente o venidero.

Quizás es hora de dar paso a otra civilización, la civilización del conocimiento,  de la razón, de la evidencia. Quizás sea preciso romper muchos tabus, vencer muchos miedos, no callar, cuestionar, denunciar, exigir. Veamos a que tenemos que enfrentarnos.

Hace unos meses, ocurrió en Madrid un hecho que rasgo las vestiduras de la parafernalia eclesiástica y rancia política de la capital. Unos jóvenes universitarios entraron en una capilla, esto es, un lugar dedicado al culto católico, ubicada en el recinto de la Universidad Complutense de Madrid. Querían protestar por la presencia en un recinto universitario de un edificio de tal característica y lo hicieron de manera que, según el código civil, pudieron cometer delito de escarnio hacia la religión católica.

Ya es significativo que en ésta nuestra nueva sociedad se confieran derechos exclusivos en un recinto universitario, un lugar de estudio, de conocimiento, a una organización religiosa, por muy mayoritaria que sea. Como significativo es la existencia de estos lugares de culto en los hospitales públicos y en los cuarteles o que gran parte de los actos públicos de carácter político o militar vayan acompañados de la presencia de personal eclesiástico, de símbolos religiosos y de declaraciones y pronunciamientos en nombre de dios y de la moral cristiana. De forma similar los actos religiosos más relevantes son igualmente acompañados de autoridades públicas, representantes del pueblo, del poder civil, como las procesiones de la semana santa, del corpus Christi y las festividades religiosas-patronales locales.

La IC gestiona gran parte de la educación de los niños y niñas en España y ejerce una influencia extraordinaria en los poderes del Estado para llevar a cabo su misión evangelizadora y condicionadora del pensamiento individual y colectivo para cuyo propósito goza de una serie de privilegios y ayudas económicas que la hacen cada día más poderosa.

            La IC recibe del Estado Español, según un estudio de Europa Laica, que recoge datos del año 2010, del orden de 10.000 millones de euros anuales, lo que significa algo mas del 1% del Producto Interior Bruto, una extraordinaria cifra fruto de las exenciones tributarias a las que se acoge la IC, de las aportaciones vía IRPF o de la financiación de sus centros de enseñanza entre otros.

No queda ahí el asunto, sino que la IC sigue acumulando riquezas gracias a la posibilidad otorgada en el año 1988, con las modificaciones llevadas a cabo en la Ley Hipotecaria, por la cual se concede a la IC la potestad de inmatricular edificios, solares o terrenos que no estén inscritos a nombre de nadie, privilegio que antes solo se otorgaba a las instituciones del Estado Español.

 Según la fundación Ferrer i Guàrdia la IC es propietaria, a través de sus más de 40.000 instituciones (diócesis, parroquias, órdenes y congregaciones religiosas, asociaciones, fundaciones, universidades, etc.) de un enorme patrimonio consistente en bienes mobiliarios, inmobiliarios (ej. posee aproximadamente el 70% del suelo habitable de Toledo, Ávila, Burgos y Santiago y unas 120.000 hectáreas en tierras agrícolas), suntuarios (enorme patrimonio en joyas, trajes, etc.), obras de arte y capital en fundaciones. También participa en el sector financiero español (fundamentalmente cajas de ahorro) y posee innumerables empresas mediáticas y de comunicación social, así como del mundo editorial. Es partícipe, además, de acciones en multitud de grupos empresariales de diversos ámbitos.

¿Es legítimo, que se financie una institución religiosa, con el dinero de todos los ciudadanos, creyentes y no creyentes, partidarios y contrarios a esta y a otras religiones? ¿Es moral que se otorguen estos beneficios a una organización que ha causado tanto daño a la humanidad a lo largo de dos milenios y concretamente en el Estado Español, en donde ha estado en perfecta connivencia y simbiosis con la dictadura del  general  Franco?

¿Es legítimo que la IC este liberada del pago de impuestos o de que sus cuentas sean absolutamente opacas al fisco? ¿Por qué goza de tales privilegios en una sociedad democrática y en un estado presuntamente aconfesional?

Uno de los marcos normativos en que se basa esta financiación son los Acuerdos sobre asun­tos económicos firmados entre el Estado Es­pañol y la Santa Sede en 1979, que hablan de diferentes vías de financiación como la asigna­ción tributaria de los contribuyentes que así lo quieren y las exenciones y beneficios fiscales del patrimonio eclesiástico. Pero a esto es preciso añadir otras aportaciones del Estado relacionadas con conciertos educativos y sanitarios o de mantenimiento del patrimonio de la IC.

            La iglesia católica goza de tantos privilegios porque así ha sido históricamente, porque hay una base social que lo avala y porque ningún gobierno es capaz, ni siquiera de cuestionar esta situación, ante el temor de enfrentarse a la todopoderosa Iglesia Católica y su jerarquía representada en la influyente Conferencia Episcopal. En un país en donde política e Iglesia van de la mano, hay un riesgo importante de manipulación del voto en beneficio de los partidos mas conservadores.

No hace demasiados años, España vivía en una dictadura en la que la autoridad del dictador se reconocía como venida directamente de dios. Y el dictador entraba y salía de las iglesias bajo palio, una especie de palco móvil de cuatro varales techado de ornamentos dorados de protección divina utilizada para llevar las custodias, lugar en los que se deposita el cuerpo consagrado de Cristo. Esto muestra hasta que punto la religión estaba incrustada en el poder político representado en este caso por un dictador que acabo con un régimen democráticamente elegido y tomo el poder tras una espantosa guerra civil

Aquella España de procesiones, de comuniones, de misas de domingo, de prohibiciones, de miedos, anclada en el tiempo, separada del mundo por un régimen que abolió la libertad de pensamiento, era el caldo de cultivo para una educación de las conciencias infantiles, sin cortapisas, como si estuviésemos en la mismísima edad media. Basta con remitirse a los catecismos de la época, en los que se exponían las verdades únicas e incuestionables que había que creer. Y así tras el sello del bautismo la educación religiosa estaba presente y patente en la vida de los jóvenes, y de los mayores, la acción católica, las catequesis, la adoración nocturna y así hasta las múltiples festividades religiosas con sus procesiones, todas las cuales se conservan hasta hoy mismo sin grandes diferencias respecto del pasado.

¿Qué diferencias hay respecto de este poder omnímodo de la IC entre ese ayer y el presente? Desde mi punto de vista no ha cambiado gran cosa, la IC mantiene las mismas ideas en cuanto a la universalidad de su creencia religiosa y persiste en la idea que querer educar a los niños y niñas en esa idea religiosa y en los principios arcaicos que la sustentan, por muy alejadas que estén de la realidad social o de las evidencias científicas. La IC ante la nueva situación de un estado democrático se muestra beligerante con los nuevos temas que necesariamente ha de abordar la sociedad, la laicidad del estado, el divorcio que sigue sin reconocer, el aborto, los contraconceptivos, la muerte digna, la eutanasia, etc.

Coincidamos pues en que la IC no esta dispuesta a cambiar lo mas mínimo en sus planteamientos, a pesar de la nueva realidad social y científica, ni a abandonar sus múltiples privilegios, tanto económicos como de influencia en las conciencias de los seres humanos.

Sin embargo ha cambiado la base social de la iglesia. Según datos del CIS correspondientes al año 2010, en torno a un 21% de la población española se declara como no creyente o atea, porcentaje bastante superior al 9,8% de veinte años atrás.  Y como dato muy significativo este porcentaje sube hasta el 30% para jóvenes entre 15 y 29 años.

 Cabria, a tenor de estos datos, pensar que la IC ha perdido base social y por consiguiente seria posible reducir sus privilegios, ser tratada como un ente privado, sometido consiguientemente a las reglas de juego que se marcan para cualquier ámbito civil. ¿Por qué entonces no se avanza en esta línea? Básicamente porque los partidos políticos no están por la idea de enfrentarse a la IC (léase Conferencia Episcopal) lo que hace que ésta haga gala de un poder superior al que le confiere su base social, menos numerosa y menos militante. No solo esto, sino que en algunas Comunidades Autónomas sus gobiernos, estando en consonancia con la IC,  potencian ámbitos en donde ésta tiene una influencia extraordinaria, como es la educación privada o concertada. Con todo ello se mantiene la consolidación de la idea religiosa en una sociedad moderna, anclándonos en el pasado e impidiendo la orientación hacia un futuro diferente.

Es preciso acabar con estos privilegios y reivindicar el derecho a la libertad de conciencia y de pensamiento, al progreso, a una nueva civilización. Confiemos en la evolución natural de la sociedad española y en las acciones del movimiento laico y ateo.

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