jueves, 1 de mayo de 2014

El hecho religioso (Parte III). La realidad española

       Hasta la muerte del dictador Franco, en el año 1975, el régimen sostenía que la autoridad del tirano procedía directamente del mismo Dios (lo que por otra parte no es de extrañar dado el carácter sanguinario del dios del Antiguo Testamento, padre del dios del Nuevo Testamento según el cristianismo) y la religión católica se configuraba como un pilar fundamental de la dictadura. La Iglesia Católica se encargaba de adoctrinar las conciencias de los españoles y de inocular el virus del nacional-
catolicismo en la mente de los niños y niñas desde sus primeros pasos en el desarrollo de su personalidad, de ahí la importancia de que se mantenga la educación religiosa católica en los centros escolares.  

 La Constitución de 1978, redactada sin un proceso previo al franquismo, declara en el articulo 16.3 que “Ninguna confesión (religiosa) tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrá las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones”. Hay quienes deducen de este apartado la declaración de aconfesionalidad del Estado, sin embargo la mención expresa a la IC en su enunciado y el resto del texto hacen sospechar que se trata de una formula para el reconocimiento implícito de una realidad pasada y del mantenimiento de los tradicionales privilegios de la IC, fundamentados la mayoría de ellos en la existencia de los Concordatos (en materia económica, educativa, jurídica y militar) del Estado Español con la Santa Sede (o sea, con el Estado Vaticano). Los partidos políticos, con independencia de su ideología, han mantenido el estatus conferido a la IC y en ocasiones sus privilegios han sido incrementados de forma vergonzante, en contradicción con la menor adscripción religiosa católica de la población española.

La sociedad española ha evolucionado hasta el punto de mantener un profundo divorcio con las creencias mantenidas por el catolicismo y una oposición a la influencia que la Iglesia mantiene en las instituciones del Estado y a los privilegios de los que aún goza. Por decirlo de otra forma, la condescendencia de la clase política con el poder religioso es muy superior al que le concede la sociedad.

Según datos del barómetro del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) del año 2013 en cuanto a adscripción religiosa de los españoles, en torno a un 26% de la población española se considera no creyente o atea, porcentaje muy superior al 9,8% de hace veinte años. Y como dato muy significativo este porcentaje supera el 35% para jóvenes entre 15 y 29 años. A estos datos habría que añadir que entre quienes se consideran católicos la mayoría no van a misa ni a otros oficios religiosos (59,1%), aunque si asisten a otros actos de carácter social o festivo como bautizos, comuniones, bodas o procesiones y romerías. En consonancia con esta tendencia los católicos  españoles, en su mayoría, no comparten los criterios de la Iglesia Católica en materia de aborto, matrimonios entre personas del mismo sexo, la convivencia fuera del matrimonio (cada vez más parejas conviven fuera del matrimonio y el numero de matrimonios civiles ha superado al eclesiástico) o incluso están en contra de la permanencia de sus actuales privilegios y de la presión que ejerce sobre los gobiernos para mantenerlos.  Todos estos datos están analizados por otros centros de estudio como la Fundación Ferrer i Guardia y diferentes observatorios sobre la laicidad en España.

            Estos datos serian más que suficientes para reducir el enorme peso que el lobby eclesiástico (Conferencia Episcopal y sus adláteres) ejerce en las instituciones del Estado, sin embargo éstas no parecen que estén en disposición de encarar esta nueva realidad social y encaminarse hacia un Estado verdaderamente laico, para lo que seria necesario dar por terminado los acuerdos con el Vaticano y reformar la Constitución.

Sin embargo, aunque la realidad actual española sea tan distante de lo establecido en la legislación en la materia que estamos considerando, la llegada al poder del Partido Popular ha supuesto un reforzamiento del poder de la IC que ha visto la ocasión propicia para eliminar la asignatura de “Educación para la ciudadanía” y recuperar la educación religiosa en la escuela, intentar acabar con la ley de plazos en la interrupción libre del embarazo, condenar como perversa las homosexualidad y congratularle de cómo los ministros del gobierno llegan al espantoso ridículo de orar ante vírgenes y santas con el propósito de acabar con la crisis económica o de imponerles medallas por supuestos meritos civiles o militares.    


Y ¿Qué decir de los funerales de Estado y de la presencia de las autoridades civiles en los oficios religiosos?

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