Más de dos mil millones de seres
humanos se consideran cristianos y otros tantos musulmanes. Son las dos
religiones mayoritarias y ambas tienen sus orígenes en el judaísmo y en la
aparición de un profeta, salvador o redentor de la humanidad, aunque con una
diferencia de seiscientos años. Superamos los siete mil millones el numero de
seres supuestamente inteligentes que habitamos el planeta Tierra, de forma
que, teniendo en cuenta que la mayoría
de quienes se autodenominan religiosos lo son en grado liviano, aún hay camino
para el optimismo.
Dejemos a un lado al resto de
religiones, ya sean aquellas de carácter primitivo (aunque todas lo son) basadas
en espíritus o tótems, las politeístas o panteístas que han sido o lo son y el judaísmo,
para centrarnos en las dos históricamente mayoritarias que basan sus creencias
en la existencia de un ser superior y sobrenatural creador de todo lo
existente, lo animado y lo inanimado.
El fundamento identitario de
estas dos religiones esta basado en la certeza de ese ser superior del cual
deriva toda una serie de creencias, principios, valores y conductas que han
marcado a las sociedades occidentales y del oriente musulmán desde la aparición
del redentor Jesús (el Mesías para el cristianismo) y de Mahoma (el Profeta
para el islamismo). Pero, ¿y si tal ser superior no existe, con independencia
de que tal creencia pudiese ser alimentada inteligentemente por quienes idearon
alrededor de ella una estructura ideológica de dominación de los seres humanos?
¿Y si el conocimiento científico llevara a la humanos a la conclusión de su
inexistencia?
Ambas religiones parten de unos
mismos libros “sagrados”, el Antiguo Testamento, en los que supuestamente esta
escrita la palabra de Dios de la mano de autores desconocidos en épocas
indeterminadas. En ellos se relata el proceso de creación del universo, de los
seres vivos y del hombre (la mujer desde el origen es considerada como un ser
supeditado al varón) así como otra serie de desgracias acaecidas por la
voluntad de ese mismo Dios como castigo a la perversidad de los humanos. A
pesar de las contradicciones y la falta de lógica de los relatos (crear las
plantas antes que el Sol y la luz antes que éste o practicar el incesto durante
las primeras generaciones y multitud de ejemplos mas) gran parte de la
humanidad creyó lo allí relatado como verdad absoluta y suprema hasta el punto
de ser castigado su cuestionamiento con la propia vida. Millones de seres
humanos, por ignorancia o por un infundado y extraño temor, cuando no por
extraños intereses, siguen creyendo en dichos relatos incluso en los tiempos
presentes y cuestionan la cosmología actual o la evolución de las especies, por
citar algunos aspectos claves para el entendimiento del mundo que habitamos, a
pesar de los descubrimientos científicos que han venido a demostrar la falsedad
de aquellos.
Si Dios no ha sido el creador del
Universo, ni por consiguiente de las galaxias y sistemas planetarios, incluidos
el nuestro; si nuestro planeta Tierra ha sido habitado gracias a unos
determinados acontecimientos geológicos y a ciertas condiciones climatológicas
y ambientales que han permitido la aparición de bacterias a partir de las
cuales ha evolucionado la vida hasta la aparición de seres superiores, incluidos
los humanos, seres compuestos de átomos en una estructura corpórea perecedera
tras cuya muerte no queda sino células en descomposición; si no hay vida detrás
de la muerte, ni cielo ni infierno ¿que sentido tiene pues la existencia de
Dios? ¿Qué es un dios sin atributos, sin capacidad creadora, sin intervención
en lo existente, ajeno a lo que acontece? Porque no existe constancia de la
presencia de Dios en nuestras vidas personales y colectivas, que no son sino
fruto de nuestras propias decisiones, del entorno e incluso del azar, ni en los
acontecimientos de orden natural que tienen una explicación científica conocida
ajena a cualquier intervención de ningún ser supremo. Dios no es sino fruto de
la mente, de la capacidad creativa e imaginativa de los seres humanos y de su
incapacidad para conocer los secretos de la naturaleza en un entorno hostil y
salvaje.
No hay razones para creer que
nuestras vidas dependan de seres extraños (dioses, demonios, ángeles, santos,
vírgenes) ni que el universo se someta a leyes que no sean las de la física. Si
no dependemos de Dios ¿para que lo necesitamos? Desde el momento en que
aparecen nuevas visiones cosmológicas, en ocasiones fruto de la mera
observación y del pensamiento lógico y otras mediante la utilización de instrumentos
de observación y medida, se tambalean los fundamentos que sustentan a las
religiones.
Y si no existe un Dios creador de
todas las cosas, si no existen los paraísos celestiales ni infernales, ¿qué
sentido ha tenido la vida de millones de seres humanos supeditadas a una
colosal falsedad? ¿Qué sentido han tenido las muertes de millones de personas
victimas de las innumerables guerras de religiones, entre cristianos, entre
musulmanes o entre cristianos y musulmanes? ¿Qué sentido han tenido las persecuciones,
torturas y ejecuciones de millones de personas, victimas de la intolerancia
religiosa? Para mayor desgracia de la humanidad, estos hechos lamentables se
siguen produciendo con una extraordinaria virulencia en los tiempos presentes
entre musulmanes y entre estos y el mundo occidental en una espectacular
aparición de movimientos religiosos integristas, cuyos orígenes pueden estar en
una pésima gestión de los espurios intereses económicos y geopolíticos de las potencias
occidentales, pero que no por ello justifica ni aminora la carga religiosa que
encierran sus comportamientos.
Aceptar a Dios significa negar la
existencia del hecho científico y la repercusión que éste tiene en la sociedad
del presente. Pero también es la coartada para el exterminio, la esclavitud, la
discriminación sexual, la violación de derechos y la dominación de unos seres
humanos sobre otros. Las acciones criminales llevadas a cabo por las
organizaciones yihadistas Al Qaeda, el denominado Estado Islámico y la salvaje
Boko Haram, que basan su ideología en la interpretación más literal del Corán,
como el papel secundario y de esclavitud de la mujer, la instauración de un
estado teísta y la guerra santa como instrumento de lucha a muerte contra el
infiel, son muestras del sinsentido de las religiones desde sus orígenes hasta
nuestros días. Entiéndase, que lo que esta ocurriendo en nuestros días en el
mundo islámico no es diferente de lo que ocurriera en siglos no muy lejanos en
el mundo cristiano. ¿Cómo es posible que tanta crueldad, como el secuestro de
centenares de niñas para ser utilizadas como esclavas sexuales o el asesinato
de todo aquel que se atreva a no someterse a la salvaje ortodoxia del grupo
dominante, esté fundamentado en creencias religiosas la primera de las cuales
alude al supuesto creador del universo y de los seres humanos? No valen los
argumentos de una interpretación sesgada de los libros sagrados, en todo caso
de una interpretación literal, pues tanto la guerra contra el infiel, como la
esclavitud o el sometimiento de la mujer a los caprichos del hombre están
escritos de manera clara y contundente en ellos. Y quien se atreva a quemarlos
será lapidado hasta la muerte.
Quizás debamos concluir,
siguiendo los textos del Antiguo Testamento que nos habla de un Dios irascible,
vengativo, exterminador, genocida, maléfico, intolerante, intransigente,
vehemente, autoritario, inflexible, inclemente y severo al que hay que temer, que
las religiones no sirven sino para hacer el mal, para la destrucción, la desolación
y la aniquilación del enemigo. No son interpretaciones sesgadas, basta con leer
los citados libros. ¿No es esto lo que ha caracterizado al cristianismo hasta
la desaparición de la Inquisición? Pero cabe la interpretación personal, si para
superar sus dudas, sus miedos, su estabilidad emocional o conciliar su
conciencia, a muchos les vale la creencia en ese dios, a pesar de sus
perversidad, aleluya, pero en modo alguno justifica el perjuicio que las
religiones han ocasionando a lo largo de la historia y siguen provocando en los
tiempos presentes.
Con frecuencia, quienes aluden al
hecho religioso como una realidad social que ha inculcado en la sociedad una
serie de valores, no tienen en cuenta que la mayoría de esos valores son ajenos al hecho religioso y
otros no son tales sino en términos de las propias creencias religiosas que
nada aportan a la sociedad. El amor al prójimo (digamos el respeto a los demás)
o a nuestros ascendentes y descendientes no son valores religiosos sino
universales, mientras que el amor a Dios es exclusivo de los creyentes y, por
mucho que pretendan los defensores de las religiones inculcarlo en el resto de
las personas, jamás será universal puesto que no es intrínsico al ser humano la
creencia en Dios, mientras sí lo es la solidaridad con los demás. Universales
son los valores de justicia, amistad, bondad y respeto hacia los demás. ¿Dónde
esta la justicia emanada de las religiones, si no es equitativa sino partidista
e irrespetuosa con los demás? No es de justicia condenar a quienes no profesan
las creencias religiosas, ni es humano, en el caso de que existieran los
paraísos infernales y celestiales, el castigo eterno ni la venta de espacios
virtuales de gloria celestial como expiación de los “pecados” cometidos en la
tierra.
¿Y que nos importa a la mayoría
de los mortales los valores de santidad o los de obediencia a quienes nos
intentan esclavizar corporal e intelectualmente? Es falso que el hecho
religioso haya aportado valores a la humanidad, muy al contrario, ha limitado
las capacidades cognitivas de los individuos sometiéndoles a una ortodoxia
cuestionada que limitaba su capacidad de respuesta ante los hechos acontecidos
en su entorno y supeditaba su existencia a lo que muchos han denominado como el
mayor fraude a la humanidad, la promesa de una existencia después de la muerte.