Son palabras, la afirmación
no la pregunta, del arzobispo de Madrid y vicepresidente de la Conferencia Episcopal
Española, Carlos Osoro, pronunciadas recientemente en un foro de economía, ¡alarmante
connivencia! Sin lugar a dudas es una reflexión interesante que en sí lleva implícita
la posibilidad de que Dios pudiera estar ausente de nuestras vidas, a tenor,
según el propio arzobispo, de los nuevas tendencias culturales que prescinden
de Dios, lo que nos llevaría a cuestionarnos su necesidad en una sociedad
avanzada científicamente y culturalmente muy diferente de aquellas en las que
la idea de Dios estaba presente en la vida de las personas, hasta el punto de estar
éstas condicionadas a las creencias, dogmas y preceptos de obligado
cumplimiento ordenado por los representantes de la divinidad en la tierra, en coincidencia
de intereses con el aparato político de dominación de los súbditos de entonces.
Plantearnos la necesidad o no necesidad de Dios nos lleva a cuestionarnos su
existencia y consiguientemente a contemplar la posibilidad de un mundo sin él.
El solo hecho de que tal
cuestión se plantee, en base a una supuesta cultura que pretende desterrar a
Dios del centro de nuestras vivencias, evidencia la preocupación del citado
arzobispo, y quizás también de la sobrevalorada, por parte de los poderes públicos,
Conferencia Episcopal Española y probablemente por la máxima autoridad eclesiástica
vaticana, ante el cada vez mayor numero de personas que reniegan de las
obsoletas creencias religiosas en las que fueron educadas y el de aquellas otras
que no educan a sus hijos bajo el prisma de dichas creencias.
Desde luego, si los hombres
renuncian a Dios por razones culturales, por la aparición de nuevos valores,
por un cambio en las costumbres derivadas de una sociedad hedonista o por una
nueva concepción antropológica y cosmológica contrapuesta a las viejas creencias,
no hay razón para pensar que dicho abandono haya de ser terrible, pues muy al
contrario podría ser beneficioso para la humanidad, excluidos aquellos que se
empeñan en mantener las estructuras ideológicas que fundamentan las diferentes
iglesias, sectas y demás confesiones religiosas y que sostienen, como el citado
arzobispo, que la supuesta condición religiosa del ser humano es parte
consustancial de su dimensión transcendental.
Es aventurado imaginar un
escenario futuro superando los condicionantes y las circunstancias que
envuelven los momentos presentes, como también es difícil recrear una historia
paralela si ciertos episodios no se hubiesen producido o hubieran sido
sustituidos por otros; no obstante, el resultado de las experiencias vividas,
desde el punto de vista histórico, sí pueden ayudarnos a imaginar un mundo
diferente ante la ausencia de ciertos elementos determinantes. En éste sentido,
plantearse que hubiese ocurrido sin la presencia de Dios en las sociedades
occidentales, entendiendo que nos referimos al Dios único, el Dios de los judíos,
cristianos y musulmanes, y al Dios que se expandió con la invención del
cristianismo como movimiento social e ideológico determinante de la cultura
occidental, es un ejercicio de salud mental muy recomendable, pero lo es más si
lo proyectamos hacia el futuro, hacia un mundo sin Dios.
Puede que Dios no sea
necesario, que no lo es, en una sociedad avanzada científica y culturalmente,
pero quizás lo fuera en algún momento del pasado, en cuyo caso convendría
preguntarse si tal necesidad fue impuesta por los poderes instituidos, políticos
y religiosos, forzada por determinantes anímicos, culturales o naturales y en
que medida esta necesidad, en cualquiera de los supuestos, fue utilizada en
beneficios de los poderes constituidos. La historia de las religiones, y
principalmente del cristianismo, muestra que el poder civil no es ajeno al
desarrollo de la doctrina religiosa como instrumento de dominación social.
Si nos adentramos en el
pasado comprobamos que la civilización occidental, desde el reconocimiento del
Cristianismo como la religión oficial del Imperio Romano en el siglo IV
(Emperador Teodosio I, año 380 de la era cristiana), hunde sus raíces en la
doctrina que los llamados padres de la Iglesia van desarrollando e impartiendo
para, en connivencia con los poderes civiles constituidos, su implantación en
la sociedad. Los dogmas de obligado cumplimiento y la moral, hipócritamente
transgredida por quienes se arrogaban la representación de Dios en la tierra, a
tenor de la vida disoluta que llevaban muchos de sus próceres, como normas de
conducta universal eran los ejes sobre los que se movía el ordenamiento civil
de las distintas épocas en las que el cristianismo ejerció su poderío de
manera, diríamos, que brutal, absoluta e incluso criminal. Búsquese el
calificativo apropiado para adjetivar las persecuciones, torturas,
desposesiones y asesinatos por herejía, o lo que es lo mismo por ser judío, musulmán,
converso de dudosa conversión a juicio de los cristianos viejos, cristiano de
cuestionada ortodoxia o descreído. Tales imposiciones fueron posibles en una
sociedad carente de los conocimientos actuales, ignorante incluso de la
dimensión geográfica del mundo habitado, desesperada por sobrevivir a la
enfermedad, al hambre, a la penuria económica, al vasallaje de sus señor, a la
esclavitud y necesitada de algo en que aferrarse. La división de la dimensión
humana en una parte corporal y otra espiritual, de tal suerte que tras la
muerte del cuerpo la parte anímica perdura y permite llevar una vida celestial
muy diferente de la llevada en la tierra suponía un consuelo más allá de la
resignación a que estaban obligados en vida.
Si no podemos atinar en
hacer un diagnostico de cómo hubieran sido los siglos pretéritos si el hombre
hubiera renegado de Dios y, consiguientemente, el cristianismo no hubiera
tenido lugar, al menos podemos convenir en que los actos crueles llevados a
cabo sobre las personas de forma individual o colectiva no hubieran ocurrido,
los tribunales de la Inquisición no hubieran existido ni las guerras de
religión se habrían llevado a cabo; lo que no quita que otros instrumentos
hubiesen dido creados para la persecución de lo no tolerable por el poder
constituido, pero no hubiera sido la religión la excusa que determinara la
ejecución de la acción.
Es cuestión importante la
consideración del numero de victimas mortales que la inexistencia del fenómeno
religioso hubiera evitado, pero no menos importante es el condicionamiento de
las conciencias individuales y las colectivas de unas sociedades que se sucedían,
generación tras generación, transmitiendo unas creencias, unos dogmas y unos
temores a un Dios inexistente en quien se encomendaba, no solo el presente sino
el futuro eterno mas allá de la muerte. La oposición de la Iglesia al
reconocimiento de otra realidad intelectual, fundamentada en la razón, en el
pensamiento científico, opuesta a su visión cerrada y a una interpretación teológica
de ser humano y de su entorno, no pudo sino desembocar en la destrucción de
parte del conocimiento histórico adquirido, en el secuestro de lo no destruido,
y en la obstaculización del proceso natural del ser humano por adquirir nuevos
conocimientos indagando en su entorno y en si mismo.
Naturalmente sin Dios no
hubieran existido ni el cristianismo, ni el islamismo, ni las múltiples
escisiones en sus senos, ni las cruzadas, ni las Yihad, ni los odios por
razones religiosas. La oposición sistemática al desarrollo intelectual de los
pueblos, al encorsetamiento de su cultura, al secuestro de la libertad de
pensamiento, no conduce sino al atraso social, cultural y científico tal como
ocurre actualmente en los pueblos de mayoría islámica en donde las teocracias imponen
un encorsetamiento de las viejas costumbres, creencias y esquemas de
sometimiento, especialmente de la mujer, a un modelo social anquilosado en
donde no se respetan las libertades individuales de conciencia y de pensamiento
libre. Por mucho que se empeñen quienes, desde la jerarquía de la Iglesia
sostienen que la libertad necesita de la religión, mas bien la historia viene a
demostrar que la religión es un obstáculo para el desarrollo de la libertad
individual y del pensamiento crítico. Por consiguiente la liberación de las
personas del ser imaginario que representa Dios no es sino un bien que la
humanidad agradecería en su propio beneficio.
Pero mientras la historia es
lo que fue y lo pasado no permite alteración alguna salvo nuevos hallazgos que
permitan aclarar zonas oscuras del pasado o cubiertas de manera interesada, el
futuro no esta escrito y podemos construirlo entre todos. Sin embargo, somos
consecuencia y resultado del pasado y si aquel hubiera sido distinto,
diferentes seriamos nosotros, de la misma manera que las generaciones venideras
serán el resultado de lo que hagamos sus predecesores.
Cualesquiera que fueran las
razones que forzaron las creencias religiosas en el pasado, estas vienen
condicionadas por el transcurso de los tiempos y por el desarrollo de las
sociedades, de las personas que lo integran y de la evolución de sus
conciencias, de forma que podemos concluir en que las creencias religiosas y
los ejes sobre los que giran no son duraderos en el tiempo, ni universales, ni
transcendentes.
En los tiempos actuales, salvo
en los países de mayoría musulmana, la religión no esta presente en la vida de
la mayoría de las personas, y cuando lo está lo es por la persistente presencia
e influencia que ejercen las distintas iglesias y sectas, desde las instituidas
secularmente hasta las de nuevo cuño regentadas por visionarios cuyos intereses
están mas próximo a la exacerbación de su ego que en prestar ayuda espiritual a
sus seguidores, aunque éstos se sientan reconfortados por sus falsos mensajes
de salvación. En un mundo en el que crece el número de ateos y el de personas
que viven al margen de Dios, de su existencia o inexistencia, de los principios
religiosos derivados de las religiones monoteístas, un futuro sin Dios no
representa ninguna tragedia. Muy al contrario, inculcar en las mentes en
desarrollo de los niños y niñas ideas no fundamentadas en la razón ni en el
conocimiento científico, como la existencia de un ser superior creador de todas
las cosas, presente en nuestras vidas y a quienes hemos de encomendarnos para
superar nuestras dificultades, en contradicción
con los conocimientos científicos que falsean, por equivocadas, y niegan
todo el ideario religioso, el creacionismo, la existencia de ángeles y
demonios, los paraísos celestiales e infernales y demás mitos del pensamiento
religioso del cristianismo, islamismo y judaísmo, puede representar para ellos un
drama personal (disonancia cognitiva) en la mayoría de edad, del que habrán de
liberarse con mayor o menor esfuerzo y en mayor o menor grado en función del
tipo de estudios que desarrolle y del tipo de relaciones que establezca. Asunto
diferente a enseñar religión de la misma manera que se enseña historia o sociología.
La ausencia de Dios es la
ausencia de religión y consiguientemente de las creencias y conductas morales
que representa, salvo de aquellas de orden natural y propias del sentido común
apropiadas por la religiones como parte de su acervo conductual.
La ausencia de Dios no es
una tragedia sino una liberación para el ser humano.
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