“Estamos asistiendo a una
ofensiva contra las creencias religiosas y es preciso atajar esta corriente
invasora de laicismo integrista y de ateismo militante”.
Estas podrían ser las palabras de
quienes se sienten “amenazados” por lo que no es sino el avance natural de las costumbres
y la desaparición de los viejos valores religiosos en las modernas sociedades
democráticas. Los defensores de las religiones, liderados por sus máximos
representantes, entienden la Libertad Religiosa como el primero de los
derechos, situado en la base de todos los demás derechos e inseparablemente
unido a ellos (Juan Pablo II). Pero al
mismo tiempo es un derecho que lo perciben como excluyente de otros, tales como
los de libertad de pensamiento o de elección de otras opciones religiosas, dado
el carácter obligatorio del derecho en cuanto que todos los hombres tienen la
obligación de buscar la verdad objetiva, absoluta, incuestionable y encontrar
en ella al Dios único (Concilio Vaticano II). No se trata pues de libertad de
elegir libremente una u otra opción religiosa, sino solo aquella que es
verdadera, y contradictoriamente las tres religiones monoteístas así se
consideran excluyendo a las otras dos de este privilegio.
Por esta razón cualquier intento
de promover avances en el laicismo del Estado es interpretado como una amenaza
a la Libertad Religiosa tal como ellos la entienden, como un ataque a la
religión verdadera, como una persecución de las creencias religiosas, como una
actitud intolerante ante lo sagrado, como una herejía que es preciso erradicar.
De ahí que cuando se legisla en materia de divorcio y separaciones
matrimoniales, de reconocimiento de la homosexualidad como una cualidad humana
no perversa, de interrupción del embarazo, del derecho a una muerte no dolorosa
o a la eutanasia, o de una educación no fundamentada en los valores religiosos
se interpreta como un atentando contra los principios que sustenta su religión
y contra la obligación que tiene todo ser humano a conocer la verdad, es decir
de conocer a Dios y de cumplir con las preceptos que la religión verdadera
mandata. Quizás por ello todos los padres cristianos tienen la obligación de
educar a sus hijos en el cristianismo, lo que es lo mismo que decir que han de
ser adoctrinados en las mismas creencias religiosas de sus padres, que
igualmente fueron adoctrinados siendo niños. Por fortuna, en los tiempos
presentes, la mayoría de los humanos no creemos en la amenaza de la condena al
fuego eterno que tantos beneficios han reportado al cristianismo y al islamismo
desde sus orígenes, ni tenemos miedo a ser considerados herejes ni a ser
castigado en vida por no creer en Dios; aunque todavía sufrimos la cólera de
los predicadores de la verdad.
De igual manera, cuando la
sociedad manifiesta un alejamiento de los supuestos valores religiosos, como
esta ocurriendo en gran parte de la juventud actual simplemente por convicción
de otras creencias y valores, consideran que la juventud esta amenazada, viciada
por una sociedad cuyas costumbres han sido pervertidas.
Cualquier posicionamiento, por
leve que sea, en defensa de un Estado Laico es interpretada como una “cruzada”
(que ironía) antirreligiosa, como una actitud integrista ante el derecho de Libertad
Religiosa por la pretensión de llevar al ámbito de lo privado las creencias
religiosas y su simbología, dado que ellos consideran que éstas constituyen un
hecho publico y por consiguiente debe ser incluido como parte sustancial de la
forma de Estado. Las leyes que no contemplan el hecho religioso son
consideradas como contrarias a los valores inmutables de la humanidad. La
eliminación de la simbología religiosa de los centros públicos y de los actos
oficiales así como la no participación de los representantes públicos en los actos
religiosos es interpretada como una ofensa al derecho de Libertad Religiosa.
Una interpelación parlamentaria
relacionada con la financiación de la Iglesia Católica, una petición de
revisión de los acuerdos con el Vaticano, una demanda para que la IC pague el
impuesto de bienes inmuebles, una critica al posicionamiento fuera de lugar de
un Obispo, pretender que la religión salga de las aulas, denunciar casos de
pederastia cometidos por sacerdotes, pedir que se cierren los centros de culto
de las universidades publicas, criticar la inmatriculación de bienes por parte
de la Iglesia (derecho otorgado por el cual la IC puede registrar a su nombre
cuantos bienes existan sin propietario) o la petición de retirada de símbolos
religiosos de los centros oficiales, por poner algunos ejemplos nada
relevantes, son recogidos en un informe publicado en 2013 por la revista
Ecclesia como ataques a la Libertad Religiosa, a la cual no se le debe imponer
ningún tipo de restricción al tratarse de un “derecho obligatorio”.
No contemplan que la Libertad
Religiosa es también el derecho a profesar otras creencias religiosas o no, y
por consiguiente el de ser agnóstico, ateo e incluso estar en contra de forma activa
contra las creencias religiosas por entender que estas son contrarias al
pensamiento racional, al conocimiento científico y no supone ninguna necesidad
vital para las personas. Va siendo hora de desterrar el derecho a la Libertad
Religiosa y batallar por la Libertad de Conciencia y de Pensamiento.
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