De los textos
bíblicos podría deducirse que el miedo es el fundamento del poder, el temor a
dios, o el temor al jefe, al poder emanado de dios para mejor gloria de los
poderosos. Las religiones pretenden, y lo consiguen, abolir la libertad del
individuo, su capacidad de pensar libremente, de cuestionar los criterios del
poder, abonando, de esta forma, el terreno para la implantación de la tiranía
en sus distintas formas; según los tiempos. Abolida esa libertad en base al temor
a un dios cruel, castigador y despiadado, la tiranía será ejercida por quien
corresponda. Esta es la enseñanza de los llamados textos sagrados, que han sido
el instrumento vital de los poderosos para el ejercicio de su poder en la
tierra, en donde los padecimientos, los sufrimientos, las penalidades y
servidumbres de los humanos son dadas por efímeras ante la eternidad que nos
espera después de la muerte, cuyo futuro es mas relevante y esperanzador que el
valle de lagrimas terrenal; siempre que nos hayamos portado bien.
Se castiga
cualquier mínimo incumplimiento de lo preceptivo (el pecado) como medida
ejemplarizadora, en evitación de perjuicios mayores que puedan poner en
cuestión el ejercicio del poder. Se castiga, pues, no ya la rebelión contra el
poder instituido, sino el mero cuestionamiento del poder, como se castiga
cualquier atisbo de pensamiento individual o colectivo ajeno a los intereses
del poder establecido. ¿Qué han hecho a lo largo de la historia los señores de
los imperios? Ejercer el poder por mediación de la gracia divina. En los
tiempos modernos la mediación puede ser otra pero no sus fundamentos.
Por fortuna,
en ocasiones, la rebelión triunfa sobre la tiranía.
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