En su estancia en Santiago de
Compostela, en noviembre de 2010, el actual papa Benedicto XVI, pronuncio estas
palabras: "La búsqueda honesta de la verdad, la aspiración a ella, es la condición
para una autentica libertad" y añade a continuación: "La Iglesia esta al servicio
de ambas, la verdad y la libertad". La primera parte de la frase no puede
ser más bella y profunda, pero la segunda parte es una cruel ironía, porque la IC nunca ha sido defensora de
la libertad ni de la verdad.
La búsqueda de la verdad ha caracterizado al ser
humano desde la aparición de la inteligencia en los homínidos. Ha costado decenas
de miles de años, desde la aparición del homo sapiens en el planeta Tierra,
para que se desentrañaran muchos de los interrogantes que el hombre se ha hecho
a lo largo de los tiempos: quienes somos, cual es nuestro origen, nuestro
destino, cual es la naturaleza del mundo en que vivimos, de nosotros mismos.
Hoy sabemos que estamos constituidos, al igual que el
resto de seres vivos, de células, las cuales disponen de un núcleo en el que se
encuentran las características de la especie y las claves de la herencia genética.
El descubrimiento del genoma humano, como el de otros seres, su estructura, su composición,
nos acerca a la verdad, a la esencia del ser. Bien es cierto que no se trata de
un acercamiento a la verdad desde el punto de vista filosófico, aunque también
lo es sin pretenderlo, sino científico. La aparición de la ciencia es el mayor
logro conseguido por el ser humano en su búsqueda de la verdad.
Los estudios paleontológicos y los descubrimientos de
Charles Darwin en el siglo XIX sobre la evolución de las especies, nos
demuestran que a lo largo de millones de años han parecido y desaparecido multitud
de especies animales y de plantas y que las que persisten hoy día tienen su
origen en la evolución de otras, como el ser humano tiene su origen en otros homínidos
inferiores cuya configuración física e intelectual ha ido evolucionando hasta
llegar al homo sapiens hace del orden de 150.000 años, estado evolutivo en que
nos encontramos.
De igual manera hemos avanzado en el conocimiento de
nuestro entorno, desde una Tierra plana, en cuyos bordes no había sino abismo,
pasando por una Tierra esférica centro del universo, hasta descubrir que se
trata de un simple planeta que gira alrededor de una estrella que llamamos Sol.
Hoy sabemos que el Sol gira dentro de una galaxia espiral llamada Vía Láctea,
en uno de sus brazos muy alejado de su propio centro, que en esta galaxia hay
millones de millones de otras tantas estrellas y que la Vía Láctea es una mas
entre otros millones de galaxias, nebulosas y otros tantos escenarios que se
mueven en el Universo conocido.
Hoy sabemos, también, que en las estrellas tiene lugar
un proceso físico-químico de fusión del hidrogeno y su conversión en helio,
proceso que acabara con la vida de la estrella hasta su colapso. La extraordinaria
cantidad de energía que se genera en el proceso hace del firmamento un lugar bellísimo
en las noches despejadas de luna nueva.
En este Universo tan grandioso, el planeta Tierra
representa una ínfima porción, algo insignificante, que ha aparecido en un
momento determinado, hace aproximadamente 4.500 millones de años, cifra pequeña
comparada con la estimación del origen del universo, de mas de 10.000 millones
de años, a tenor de la luz que nos llega de las zonas mas remotas de los
confines de este universo, que probablemente no sea sino uno mas entre otros múltiples
universos.
Sin embargo frente a esta pequeñez, es el único planeta
conocido en el que se han dado las
condiciones para que aparezca la vida tal como la conocemos. Pero no podemos
negar la posibilidad de existencia de otros modelos de vida similares o
diferentes en otros muchos planetas que giran alrededor de otros soles, dentro
de nuestra propia galaxia o en otras cercanas o alejadas de la nuestra. Hasta
hace muy pocos años no se ha tenido evidencia de la existencia de otros
planetas extrasolares.
La constitución de la materia es otro de los misterios
que el ser humano ha intentado descubrir. Algunos griegos (Democrito, hace unos
2.450 años) ya creían que la materia, aquello de lo que esta compuesta todas
las cosas, estaba formada por partes muy pequeñas e indestructibles, que no podían
dividirse en otras mas pequeñas, a las que llamaron átomos. Hoy sabemos que
tanto las células, que forman la materia orgánica, como la inorgánica, están
formadas por partes elementales a las que llamamos igualmente átomos, pero que
se componen de otras partículas mas elementales que interactúan entre si y que están
sometidas a determinadas fuerzas de naturaleza electromagnética y radiactiva.
En suma, vivimos inmersos en un mundo de dimensiones inconmensurables,
un universo cuyos confines desconocemos, pero cuyas partes más elementales son
de naturaleza infinitesimal. Nos movemos entre el cero y el infinito y tratamos
de descubrir siempre que hay más acá y más allá de lo conocido.
Todo esto no es
sino búsqueda de la verdad, con honestidad. El ser humano es activo, dinámico,
creativo, curioso, reflexivo, inconformista y es bueno que así sea y bueno es
fomentar estos atributos desde la infancia, lo contrario seria hacer de
nosotros seres pasivos y conformistas, con una verdad aprendida pero no
descubierta. La verdad debe ser razonada, demostrada científica o
experimentalmente, sometida al contraste, a la refutación. ¿Es esta verdad a la
que se refiere el Papa en su declaración en Santiago de Compostela?. Me temo
que no.
Durante siglos el mundo occidental ha estado dominado por
la IC , que ha
impuesto su verdad a la sociedad. Una verdad fundamentada en la existencia de
un dios único, creador del Cielo y de la Tierra , del hombre a su imagen y semejanza y de
todos los seres vivos. Pero se trata de una verdad no demostrada, es
sencillamente creída.
Si queremos buscar la verdad, como dice el papa y
añade además, de manera honesta y entendiendo que ello es condición para una
autentica libertad, esta idea de dios debería al menos ser cuestionada y
sometida a un análisis riguroso. Con tanto mas razón cuando que esta verdad ha
generado un modelo de sociedad, de comportamiento personal y colectivo, que ha
perdurado durante siglos. Seria una pena que tal verdad no lo fuera.
Las religiones politeístas, previas a la aparición del
cristianismo, no eran sino fruto de una incomprensión del mundo circundante, o
si se quiere, de una interpretación del mismo y de la imaginación del ser
humano. La falta de una explicación para los fenómenos naturales llevo a los
hombres y mujeres primitivas a entender que tras ellos estaba la mano de un ser
superior, el dios del sol, de la lluvia, del trueno, del fuego. En ese momento histórico
no se tenía conocimiento del proceso de evaporación del agua de mar, su condensación
posterior en forma de nubes y finalmente su descarga o precipitación por
enfriamiento en forma de lluvia, nieve o granizo para volver de nuevo al mar y
continuar el ciclo. Como tampoco se conocía, hasta tiempos relativamente
recientes, la evolución de las corrientes de aire y su desencadenamiento en
fuertes tormentas con descargas eléctricas en forma de rayos, ni mucho menos el
origen de los corrimientos de tierra ni
de las erupciones volcánicas, ni de las leyes que rigen el movimiento de los
astros. En estas condiciones como ¿podría interpretarse un eclipse de sol o de
luna, o la aparición de un cometa en los cielos?. Solo había una explicación sobrenatural.
Sin embargo, si tenían conocimiento del cambio de las
estaciones y del beneficio que producía la lluvia en el crecimiento de las
plantas, lo que debió dar origen a la existencia de dioses benefactores junto a
dioses castigadores e interpretar que las catástrofes fueran consecuencias de
un mal comportamiento de las personas ante los dioses, lo que llevo a adorarles
y ofrecerles sacrificios con objeto de calmar su ira.
Eran las verdades de la antigüedad. Verdades no
contrastadas, no se disponía más que de la observación de la naturaleza, de los
cielos, un cielo que gira alrededor de nosotros, somos el centro y no hay
evidencias de que la Tierra
pudiera ser esférica.
Por fortuna, la aparición del método en la observación
del comportamiento de las plantas y de los animales, comenzó a dar sus primeros
frutos con el uso de las plantas medicinales, el aprovechamiento de las cosechas,
la domesticación del ganado y con ello, el descubrimiento de la agricultura y
de la ganadería, las posibilidades del acopio de alimentos, del intercambio de mercancías,
del comercio.
El ser humano ha desarrollado igualmente otras
cualidades que le han hecho proclives para el desarrollo de las artes, del
pensamiento y del liderazgo, dando origen así al desarrollo de las
civilizaciones. En el transcurso de los tiempos, la humanidad ha tenido ocasión
de cultivar las artes, las matemáticas, la literatura, la filosofía, se ha
organizado en comunidad, ha establecido jerarquías de mando y se ha dotado de
leyes y normas de conducta para el mejor funcionamiento de la sociedad, aunque también
ha puesto de manifiesto otras condiciones de la naturaleza humana como la dominación
del otro, dando origen así a enfrentamientos tribales, a guerras fraticidas, de
ocupación de territorios, de vasallaje y a persecuciones por motivos
religiosos.
La cultura griega, de la que somos herederos, supuso
un salto de gigante en la búsqueda de la verdad. Muchos de los descubrimientos
de entonces, en las matemáticas, en astronomía e incluso en la física perduran
hoy día como verdades irrefutables. Y aplicaron sus conocimientos "científicos"
al desarrollo de la arquitectura, de la escultura, de la pintura y de la música.
Erraron, sin embargo en otros supuestos descubrimientos, en el modelo
geocéntrico del Universo, en la concepción del movimiento, en la composición de
la materia o en la atribución a los dioses del orden universal, pero pusieron de manifiesto la extraordinaria
capacidad creativa del ser humano. Esta es su
grandeza.
La historia del ser humano es la historia de su lucha
por la supervivencia, del desarrollo de su capacidad intelectual y de la búsqueda
de la verdad. La inteligencia y la libertad hacen que el ser humano cambie sus
posicionamientos de origen, que no se aferre a una verdad aprendida y continúe
en la búsqueda o en el perfeccionamiento de la verdad, que no es otra cosa que
la búsqueda del conocimiento.
Así pues, ¿hemos de dar por cierta las creencias de
nuestros antepasados, sus verdades?, o por el contrario aceptamos como ciertos
los nuevos descubrimientos realizados por el ser humano, en quien creemos. Si la IC cree en el hombre, debe
también creer en su capacidad creativa, en su capacidad intelectual y en su
libertad, así que debemos preguntar a la
IC si acepta como ciertos los descubrimientos de la ciencia.
Sin embargo la búsqueda de la verdad y la autentica
libertad choca frontalmente con la historia de la IC. Cuantas
persecuciones ha sufrido la humanidad
por no seguir sus criterios, cuantas personas de inteligencia clara han
sufrido persecución por sus ideas, por la defensa de otra concepción del mundo.
Tras la desaparición de la civilización greco-romana,
cuyos frutos han perdurado a lo largo de siglos, lo que hoy conocemos como
Europa se sumerge en un largísimo periodo de oscurantismo en el que la figura
de la IC se
convierte en la columna vertebral de la sociedad. ¿Que ocurrió para que se
perdiera el espíritu de libertad y grandeza intelectual del mundo griego?. Los
libros de historia están llenos de respuesta a este interrogante.
Lo cierto es que hay un paralelismo entre el auge del
cristianismo, desde su asentamiento en
el mundo romano y su reconocimiento como
religión oficial del estado en tiempos del emperador Constantino, allá por el
año 315 y el declive del entonces mundo civilizado, sin que esto quiera decir
que exista una relación de causa-efecto.
Hasta la llegada del Renacimiento fueron siglos
dominados por el estudio de la
Teología , de la consolidación de la Iglesia Católica como
instrumento vertebrador de la sociedad, imbricada en los engranajes del poder
político, tiempos de la verdad divina, incuestionable, tiempos de la hoguera
para quienes tuviesen la osadía de dudar de la verdad declarada por la IC , tiempos de la infalibilidad
de papas ambiciosos, corruptos, lascivos, hipócritas y de púrpuras
cardenalicias frutos de intrigas palaciegas.
Fueron tiempos en que solo había una verdad, la
impuesta por la IC ,
de cumplimiento universal, no cabía otro tipo de creencia. Verdad asumida por
quienes ostentaban el poder civil, por los reyes y emperadores, quienes se
erigían en defensores de la "Fe" y declaraban guerras en su nombre.
Creer en la verdad de la IC
tenia una recompensa infinita, la existencia de un mundo no terrenal tras la
muerte (el seno de dios), que hacia mas llevadera las penurias, las miserias,
las enfermedades, el hambre, la esclavitud del mundo terrenal. Una forma de institucionalizar
el estatus de clase social y de asumir tu condición de cuna.
Durante ese periodo la IC ha creado su propio dogma y con ello el
conjunto de verdades que hay que creer, no se trata pues de una búsqueda de la
verdad, sino de una imposición de la verdad, bajo el supuesto de revelada por
dios, pero realmente determinada por quienes ejercen el poder en el seno de la
iglesia.
La supuesta
verdad revelada por dios en el antiguo testamento no resiste un análisis
superficial, cuanto menos riguroso, salvo lo que de cierto pueda haber en lo
referente a la historia de los judíos. Si Benedicto XVI se refiere a la verdad
de Jesucristo y de sus enseñanzas, que aparecen en el nuevo testamento, debemos
tener en cuenta que tales libros no fueron escritos por él sino por terceros,
en momentos posteriores y dados por buenos por la IC con exclusión de otros que también hablaban
igualmente de la vida de Jesús.
Aceptando la figura de Jesús, su nacimiento en Judea
en tiempos de la ocupación romana del oriente próximo y del emperador Cesar
Augusto, a tenor de los evangelios, en la vida de Jesús se refleja un modo de
vida, un comportamiento en lo personal y en lo colectivo, un compromiso social,
una actitud desafiante frente al ocupante romano y un predicamento de una nueva
religión basada en un dios único contra la corriente mayoritaria del politeísmo
reinante en el mundo romano. Hasta aquí podemos considerar la figura de Jesús
como un ser excepcional que lucho contra la injusticia y los valores de su
tiempo. Naturalmente se puede estar de acuerdo o no con las ideas expresadas
por Jesús, en boca de quienes sobre él escribieron. Pero no podemos aceptar
como verdad cuanto esta escrito en los evangelios.
Las verdades dogmáticas de la IC chocan con los principios y
descubrimientos de la ciencia moderna e incluso con la propia razón.
Supongamos que mantengo como verdad cada una de las
aseveraciones que siguen:
-
La Tierra es un planeta que gira alrededor de una estrella
(Sol).
-
El Universo esta
formado por millones de millones de estrellas que forman otras tantas galaxias.
-
Las estrellas,
como nuestro sol, nacen y mueren.
-
En estos momentos
están apareciendo nuevas estrellas y planetas
-
Las especies
evolucionan y el ser humano es fruto de la evolución desde otros homínidos inferiores.
-
El pensamiento y
los sentimientos tienen su origen en el cerebro mediante impulsos eléctricos
entre neuronas.
Pero si al mismo tiempo sostengo como
verdad estas otras:
-
La Tierra es el centro del universo y todo gira alrededor de
ella
-
Dios creo al
hombre a imagen y semejanza suya
-
Dios creo el
cielo, la tierra y a los seres vivos
-
El hombre se
compone de cuerpo y alma
-
Las almas, cuando
muere el cuerpo, van al cielo, al infierno o al purgatorio
Parece que ambas cosas no pueden ser verdad, porque se
contradicen entre ellas. En el año 1.633, después de casi veinte años de
censura por parte de la IC ,
un gran buscador de la verdad y uno de los primeros científicos modernos, Galileo
Galilei, fue condenado a lo que hoy seria cadena perpetua por un tribunal eclesiástico,
el Santo Oficio. Su delito fue sostener y defender públicamente el modelo heliocéntrico
del universo, ya concebido por Aristarco de Samos hace algo mas de 2.200 años, ignorado
durante siglos, rescatado por los grandes pensadores del Renacimiento italiano
y desarrollado por Copérnico. La
Tierra dejaba de ser el centro, se movía alrededor del Sol
junto al resto de planetas y no al contrario como sostenía el viejo modelo geocéntrico
ideado por Ptolomeo. La condena tuvo lugar aun siendo Galileo católico
profesante y una persona con amigos muy influyentes, no por su situación económica,
que era muy deficiente, sino por su reconocimiento como pensador y creador. Más
de 350 años ha tardado la IC
en reconocer su error.
Respecto de la evolución, si aceptamos como verdad que
el hombre procede de otros homínidos, los cuales son a su vez fruto de la
propia evolución de las especies, no podremos considerar como verdadera la creación
del hombre por dios, y mucho menos a su semejanza, porque en tal caso dios seria
cambiante.
De manera análoga, deberíamos cuestionar la creación
del universo por parte de Dios, salvo que neguemos todo lo que hoy conocemos
sobre el origen del universo. O bien entender que la creación no ha terminado,
en cuyo caso las sagradas escrituras deberían ser cuestionadas.
Otra de las viejas creencias es la existencia del
alma, de naturaleza inmortal y su destino tras la muerte del cuerpo. En esta
verdad se sustenta el origen del cielo (se asciende) y del infierno (se
desciende). Hoy sabemos que fuera de la Tierra existe un Universo casi infinito, cuya
parte observable por el ojo humano damos en llamar esfera celeste y un núcleo
terrestre formado por un magma incandescente sobre el que se mueven las
llamadas placas continentales. ¿Dónde esta pues el cielo y el infierno?, ¿qué
evidencias tenemos de su existencia?.
Resulta que a este supuesto cielo van las almas que se
han separado del cuerpo en estado de gracia, sin pecado alguno, mientras que al
infierno van aquellas otras que han permanecido en pecado mortal y no han
querido o tenido ocasión de arrepentirse. El destino fatal de estas últimas almas
es el fuego eterno. Nuestro Sol supera los 6.000 grados centígrados, no es una
estrella demasiado caliente y tiene sus días contados. Ante la inconsistencia
de tales supuestos la IC
se esta cuestionando que el infierno constituya realmente un lugar.
Por si fuera poco estos sitios están poblados de seres
alados de naturaleza angelical (angeles, arcángeles y otros) que acompañan al
mismo dios, mientras que en el infierno habitan Satanás y su corte de demonios.
Finalmente para aquellas almas que aun estando en
estado de gracia necesitan un periodo de purificación antes de pasar al cielo, la IC crea el purgatorio. Hasta su
clausura reciente por parte de la
IC existía un cuarto lugar (el limbo), que estaba destinado a
los niños muertos que no habían recibido el sacramento del bautismo.
Por lo que conocemos, no hay evidencias de la
existencia del alma y consiguientemente que tras la muerte, nuestro supuesto
espíritu se eleve (concepto relativo que depende del observador) hacia ese
cielo o baje al infierno, lugares reales o virtuales de los que tampoco hay
evidencias.
¿Porque ha de ser considerada como verdad esta visión
arcaica e inconsistente del mundo y del ser humano?. Si la sometemos a la verificación
no soporta un análisis mínimamente riguroso, ni hay evidencias de ningún tipo
por la que tengamos que aceptarla como verdad. Y choca frontalmente con el
desarrollo del pensamiento a lo largo de los siglos y con los descubrimientos
de la ciencia.
La verdad de la iglesia no es una verdad encontrada
como fruto de una búsqueda de la misma. Quizás se refiera Benedicto XVI a una búsqueda
interior, pero en tal caso busquémosla desde la libertad. Hagamos un intento de
aproximación.
En estas condiciones, si buscamos en nuestro interior,
en el interior de ese ordenador personal, por mucho que nos esforcemos en
encontrar otra cosa, solo encontraremos aquello que fue grabado, es mas, en la
búsqueda de la verdad solo habría un camino para encontrarla, aquel que quedo
determinado en el momento de la configuración del ordenador.
Un niño es totalmente permeable a los estímulos provenientes
del exterior, no ha desarrollado aun su intelecto ni su capacidad de elección.
Tiene a sus padres como su referencia inmediata, le sigue y cree cuantas cosas
vengan de ellos. Y de sus maestros, de sus profesores y tutores y es permeable
a la verdad que se le quiera transmitir.
Por consiguiente, si a un niño se le inculca supuestas
verdades, no hay búsqueda de la verdad ni autentica libertad en este tipo de
educación. Lo que hay es una disposición de buscar la verdad, o en todo caso su
verdad, su interpretación del mundo.
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