Un sabio griego, Aristarco de
Samos, entendió, hace unos dos mil doscientos años que el modelo geocéntrico vigente en su época, y anterior al
descrito por Ptolomeo, presentaba deficiencias notables y trato de explicar que era mas
coherente aceptar que la Tierra giraba alrededor del Sol, una aseveración que
al ser contraria al pensamiento de la época era de difícil aceptación puesto
que hacia de la Tierra un astro irrelevante que orbitaba al compás que lo hacia
el resto de planetas conocidos. Muchos otros sostuvieron la misma idea en
tiempos de los cristianos y fueron perseguidos hasta la muerte por ello. Hubo
de pasar más de mil setecientos años para que el modelo de Aristarco fuese
aceptado, con el consiguiente rechazo de la Iglesia de Cristo convertida en
pilar de la civilización occidental.
Desde el reconocimiento oficial
del cristianismo por parte del emperador Constantino (Edicto de Milán, año 313)
y su posterior declaración como religión oficial del imperio en tiempos del
emperador Teodosio I (Edicto de Tesalónica, año 380), la Iglesia de Cristo,
aliada con el poder civil, no ha dejado de influir en las conciencias de los “súbditos”
de los diferentes regimenes que se han sucedido en Europa y en los países
colonizados, hasta el punto de perseguir con la pena de muerte, previa tortura,
a todos aquellos que se oponían a renegar de su antigua religión o que una vez
convertidos no daban muestras, a juicio de los inquisidores, de indudable
abnegación en el reconocimiento y practica de los dogmas y virtudes de la moral
cristiana.
Con ese dominio absoluto de las
mentes la Iglesia de Cristo intento, por todos los medios, oponerse a todo lo
que pudiera representar un cuestionamiento de las creencias o de los principios
en los que se fundamentaba su visión del cosmos, del ser humano y de su
destino. Una visión geocéntrica del Universo, una idea del hombre como máximo
exponente de la creación, la superioridad de éste sobre la mujer o la
existencia de un mundo celestial más allá de la muerte,
Durante los últimos siglos han
ido cayendo paulatinamente los pilares en los que se han basado las religiones,
la Tierra dejo de ser el centro del Universo para convertirse en un pequeño
astro que gira alrededor de una estrella entre millones de ellas que se mueven
en una galaxia que convive con millones de otras galaxias que conforman el
universo conocido. Las ciencias de la naturaleza (Geología, Antropología, Biología,…)
y las ciencias espaciales (Autonomía, Astrofísica, Cosmología,…) han echado por
tierra la idea simplista de un mundo creado por un dios omnipotente por mucho
que algunos insistan en seguir educando a los niños y niñas en la falsa idea
del creacionismo. Los estudios de Charles Darwin a cerca de la evolución de las
especies, junto con otros investigadores de la herencia genética vinieron a
incidir en la falsedad de la creación. La indagación en el cuerpo humano y el
estudio de su composición y funcionamiento ha venido a arrojar luz sobre
nosotros mismos y ha ayudado a curar enfermedades y a prevenir epidemias,
contrariando a la todopoderosa Iglesia de Roma en su defensa de la no disección
del cuerpo humano. Hasta hoy día la Iglesia, sosteniendo que las relaciones
sexuales tienen por exclusividad la procreación, se opone al uso del
preservativo como forma de evitar enfermedades contagiosas por transmisión
sexual como el Sida u otras de menor repercusión.
Por extraño que nos pueda parecer
a los ciudadanos de occidente, y sobre todo a las ciudadanas, el modelo social
establecido por las religiones se ha basado en la supuesta inferioridad de la
mujer respecto del hombre, destacado en multitud de pasajes bíblicos y del
Corán y tan llevados a la practica en las sociedades de todos los tiempos,
incluso en nuestro civilizado occidente actual. Desgraciadamente la
superioridad de razas y la esclavitud han sido defendidas igualmente por las
autoridades religiosas y por sus seguidores como parte del modelo de
estructuración social. Fundamentos todos ellos inadmisibles aunque
desgraciadamente vigentes en las sociedades islamistas en donde la mujer sigue
sometida a la férrea voluntad del varón hasta extremos, en ocasiones, cercanas
a la esclavitud
Y por último la gran traición al
ser humano, el mas allá, el gran invento que posibilitó la humillación, el
sometimiento, la subyugación de las personas al poder establecido, simbiosis
entre el poder terrenal y el poder celestial. Un lugar virtual en donde “las
almas” separadas del cuerpo viven eternamente junto a ángeles y demonios según
su comportamiento en “éste terráqueo valle de lagrimas”, premio o castigo, por
cierto negociable en términos económicos mediante otro gran invento indulgente
que dio origen a una escisión en el seno del cristianismo. ¿Quien puede
sostener semejante aberración a la lógica, a la razón y a la ciencia?
¿Que queda pues de esos pilares
que sostienen a las religiones? No existe ni un solo elemento sostenible que
pueda dar sentido a la existencia de las religiones, salvo la necesidad de los
seres humanos en creer en algo superior que justifique sus propias limitaciones
como ser humano. La fe ciega, el refugio en la ignorancia, la oración como instrumento
de comunicación con el subconsciente y como forma de dominar los temores y
perseguir los deseos.
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