Estamos
acostumbrados a ver a niños y niñas hacer la primera comunión, esto
es, a recibir por primera vez el sacramento de la eucaristía o el cuerpo y la
sangre de Cristo según manifiestan los cristianos. Su edad oscila entre los siete
y los diez años, son por consiguiente menores de edad y su personalidad esta aún
en fase de formación. No se trata de un acto cualquiera, sino de un ritual
colectivo especialmente preparado para la ocasión en el que niños y niñas, compañeros
del colegio o de la localidad, son los protagonistas y comparten la solemnidad
del acto y la alegría de vivir un día memorable en sus vidas.
Pero lo
más destacado es que el acto en cuestión viene precedido por un periodo de adoctrinamiento
(acción de instruir en el conocimiento o enseñanza de una doctrina, de inculcar
determinadas ideas o creencias, según la real Academia de la Lengua Española)
religioso en la figura de Cristo, hijo de Dios y redentor de la humanidad,
impartido por personas de profundas convicciones religiosas previamente
adiestradas para semejante tarea. Ese periodo, al que llaman catequesis y suele
durar al menos un año, esta sujeto a un plan previamente diseñado y preparado
por las diócesis territoriales y auspiciado y dirigido por la todopoderosa
Conferencia Episcopal Española, que establece sus pautas, lo coordina e impulsa.
Tras su
finalización el niño o niña será un ferviente católico, creerá en Dios
todopoderoso, en su hijo Jesucristo, en la virginidad de su madre, en el
espíritu santo, en la existencia de un cielo y de un infierno habitados por ángeles
(buenos y malos), en una vida después de la muerte y por añadidura en unos
valores mas que discutibles. En suma, se enseña a los menores de edad una serie
de verdades no contrastadas, sin fundamento científico, de las que les será muy
difícil desprenderse al llegar a la edad adulta. A partir de aquel momento el
adoctrinamiento continuará (en la familia, en la escuela y en la parroquia) y el
niño o niña sabrá que podrá recibir nuevas comuniones cada domingo en la misa
de su localidad o barrio, junto a sus padres, amigos o compañeros de clase. Basta
con que esté libre de pecado, o en tal caso arrepentirse bajo el otro
sacramento de la confesión (puede ser directamente ante su dios o ante un
confesor; conocedor antaño de todos los secretos del vecindario, incluidos los
de alcoba, ¡que extraordinaria ventaja!).
Los
niños carecen de ideas preconcebidas, sus cerebros están todavía suficientemente
vírgenes para ser modelados conforme a las ideas de quien recibe la instrucción.
De la misma forma que se le educa (entendiendo en este momento la educación
como adoctrinamiento) en la fe católica se le podría hacer lo propio en la
religión islámica o en su deriva integrista, o en las ideas del marxismo más
ortodoxo o en las neoliberalismo mas recalcitrante. ¿Dónde esta la frontera?
¿Hasta que punto el niño o niña, todos los niños, no tienen derecho a recibir
una educación libre de doctrinas, de dogmas religiosos o ideológicos y de
sectarismos excluyentes? ¿No se esta atentando contra los derechos del menor
a recibir una educación adecuada para el
pleno desarrollo de su personalidad, como recoge la Constitución Española o a
recibir una información veraz, plural y respetuosa con los principios
constitucionales, como recoge la Ley del menor? ¿O es que una educación
católica garantiza el desarrollo de la personalidad del menor y no lo hace el
adoctrinamiento en otras doctrinas religiosas o no? ¿Es que es veraz la
existencia de Dios, la Santísima Trinidad, la existencia de los ángeles, la
existencia de la vida mas allá de la terrenal y otras muchas creencias que se
dan como ciertas por el solo hecho de que siempre fueron aceptadas? ¿Es que es
plural impartir como ciertas estas ideas excluyentes y sin contrastar? ¿No es
contrario el adoctrinamiento religioso al objetivo educacional en el
pluralismo? ¿Es que los menores tienen que abrazar el ideario de sus padres? ¿Hasta donde llega el derecho de los padres a
educar a sus hijos conforme a sus convicciones morales y religiosas, que
establece igualmente nuestra constitución? ¿Significa este derecho que los
padres han de confiar la educación moral y religiosa de sus hijos a confesiones
religiosas determinadas? ¿Dónde esta la línea divisoria entre educar y
adoctrinar? ¿Hasta que punto las convicciones, las creencias de los padres han
de ser transmitidas a los niños? ¿No supone eso un condicionante a su libertad
de elección? ¿Es legitimo que los menores asistan a rituales religiosos que ensalzan
la figura de Cristo y hacen apología del cristianismo? ¿Es diferente de la
asistencia de menores a rituales mágicos, políticos, militares o de otro tipo
en los que se ensalzan las figuras de ídolos humanos o figurativos y se hacen
apología de determinadas ideas? ¿No estarán incurriendo los padres, los centros
en donde se imparte el adoctrinamiento, los obispados y la Conferencia
Episcopal Española en un delito contra los derechos del menor? ¿No debería la
administración, en defensa del menor, impedir y prohibir las prácticas de
adoctrinamiento y llevar, si fuera preciso, a los tribunales a quienes se
empeñan en el ejercicio de tales prácticas?
Por el
contrario ¿No seria deseable que el desarrollo personal del menor fuera
encaminado a dotarle de los recursos que les permita ser capaces de discernir,
de optar y eligir en libertad y con libertad en función del conocimiento
adquirido, incluido el transmitido por sus padres y tutores, por la escuela o por
la relación con sus amigos y familiares? ¿No seria más razonable educar a los
niños en la pluralidad y ofrecerles la posibilidad de elección conforme a sus
diferentes ciclos educativos? ¿O es que es más cómodo el adoctrinamiento del
menor en nuestras creencias que despojarnos de ellas en su propio beneficio?
Para
muchos padres el adoctrinamiento de sus hijos en la doctrina cristiana es una
acomodación a una costumbre social, un acto de cuya ausencia el niño o niña podría
ser un supuesto objeto de marginación por parte de sus compañeros y de los
educadores, no dando mas relevancia al asunto bajo el falso sobreentendido de que
en su mayoría de edad serán libres de despojarse de los dogmas; justo el camino
al revés. Es preciso una dosis de valentía para muchos padres que sin ser católicos
o practicantes permiten que sus hijos sean adoctrinados por razones meramente
acomodaticias, y de las autoridades que tienen como misión velar por una
educación de los menores integral, plural, veraz y respetuosa con las ideas de
los demás.
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