martes, 5 de agosto de 2014

Algunos interrogantes sobre la primera comunión

Estamos acostumbrados a ver a niños y niñas hacer la primera comunión, esto es, a recibir por primera vez el sacramento de la eucaristía o el cuerpo y la sangre de Cristo según manifiestan los cristianos. Su edad oscila entre los siete y los diez años, son por consiguiente menores de edad y su personalidad esta aún en fase de formación. No se trata de un acto cualquiera, sino de un ritual colectivo especialmente preparado para la ocasión en el que niños y niñas, compañeros del colegio o de la localidad, son los protagonistas y comparten la solemnidad del acto y la alegría de vivir un día memorable en sus vidas.   

Pero lo más destacado es que el acto en cuestión viene precedido por un periodo de adoctrinamiento (acción de instruir en el conocimiento o enseñanza de una doctrina, de inculcar determinadas ideas o creencias, según la real Academia de la Lengua Española) religioso en la figura de Cristo, hijo de Dios y redentor de la humanidad, impartido por personas de profundas convicciones religiosas previamente adiestradas para semejante tarea. Ese periodo, al que llaman catequesis y suele durar al menos un año, esta sujeto a un plan previamente diseñado y preparado por las diócesis territoriales y auspiciado y dirigido por la todopoderosa Conferencia Episcopal Española, que establece sus pautas, lo coordina e impulsa.

Tras su finalización el niño o niña será un ferviente católico, creerá en Dios todopoderoso, en su hijo Jesucristo, en la virginidad de su madre, en el espíritu santo, en la existencia de un cielo y de un infierno habitados por ángeles (buenos y malos), en una vida después de la muerte y por añadidura en unos valores mas que discutibles. En suma, se enseña a los menores de edad una serie de verdades no contrastadas, sin fundamento científico, de las que les será muy difícil desprenderse al llegar a la edad adulta. A partir de aquel momento el adoctrinamiento continuará (en la familia, en la escuela y en la parroquia) y el niño o niña sabrá que podrá recibir nuevas comuniones cada domingo en la misa de su localidad o barrio, junto a sus padres, amigos o compañeros de clase. Basta con que esté libre de pecado, o en tal caso arrepentirse bajo el otro sacramento de la confesión (puede ser directamente ante su dios o ante un confesor; conocedor antaño de todos los secretos del vecindario, incluidos los de alcoba, ¡que extraordinaria ventaja!).

Los niños carecen de ideas preconcebidas, sus cerebros están todavía suficientemente vírgenes para ser modelados conforme a las ideas de quien recibe la instrucción. De la misma forma que se le educa (entendiendo en este momento la educación como adoctrinamiento) en la fe católica se le podría hacer lo propio en la religión islámica o en su deriva integrista, o en las ideas del marxismo más ortodoxo o en las neoliberalismo mas recalcitrante. ¿Dónde esta la frontera? ¿Hasta que punto el niño o niña, todos los niños, no tienen derecho a recibir una educación libre de doctrinas, de dogmas religiosos o ideológicos y de sectarismos excluyentes? ¿No se esta atentando contra los derechos del menor a  recibir una educación adecuada para el pleno desarrollo de su personalidad, como recoge la Constitución Española o a recibir una información veraz, plural y respetuosa con los principios constitucionales, como recoge la Ley del menor? ¿O es que una educación católica garantiza el desarrollo de la personalidad del menor y no lo hace el adoctrinamiento en otras doctrinas religiosas o no? ¿Es que es veraz la existencia de Dios, la Santísima Trinidad, la existencia de los ángeles, la existencia de la vida mas allá de la terrenal y otras muchas creencias que se dan como ciertas por el solo hecho de que siempre fueron aceptadas? ¿Es que es plural impartir como ciertas estas ideas excluyentes y sin contrastar? ¿No es contrario el adoctrinamiento religioso al objetivo educacional en el pluralismo? ¿Es que los menores tienen que abrazar el ideario de sus padres?  ¿Hasta donde llega el derecho de los padres a educar a sus hijos conforme a sus convicciones morales y religiosas, que establece igualmente nuestra constitución? ¿Significa este derecho que los padres han de confiar la educación moral y religiosa de sus hijos a confesiones religiosas determinadas? ¿Dónde esta la línea divisoria entre educar y adoctrinar? ¿Hasta que punto las convicciones, las creencias de los padres han de ser transmitidas a los niños? ¿No supone eso un condicionante a su libertad de elección? ¿Es legitimo que los menores asistan a rituales religiosos que ensalzan la figura de Cristo y hacen apología del cristianismo? ¿Es diferente de la asistencia de menores a rituales mágicos, políticos, militares o de otro tipo en los que se ensalzan las figuras de ídolos humanos o figurativos y se hacen apología de determinadas ideas? ¿No estarán incurriendo los padres, los centros en donde se imparte el adoctrinamiento, los obispados y la Conferencia Episcopal Española en un delito contra los derechos del menor? ¿No debería la administración, en defensa del menor, impedir y prohibir las prácticas de adoctrinamiento y llevar, si fuera preciso, a los tribunales a quienes se empeñan en el ejercicio de tales prácticas?

Por el contrario ¿No seria deseable que el desarrollo personal del menor fuera encaminado a dotarle de los recursos que les permita ser capaces de discernir, de optar y eligir en libertad y con libertad en función del conocimiento adquirido, incluido el transmitido por sus padres y tutores, por la escuela o por la relación con sus amigos y familiares? ¿No seria más razonable educar a los niños en la pluralidad y ofrecerles la posibilidad de elección conforme a sus diferentes ciclos educativos? ¿O es que es más cómodo el adoctrinamiento del menor en nuestras creencias que despojarnos de ellas en su propio beneficio?


Para muchos padres el adoctrinamiento de sus hijos en la doctrina cristiana es una acomodación a una costumbre social, un acto de cuya ausencia el niño o niña podría ser un supuesto objeto de marginación por parte de sus compañeros y de los educadores, no dando mas relevancia al asunto bajo el falso sobreentendido de que en su mayoría de edad serán libres de despojarse de los dogmas; justo el camino al revés. Es preciso una dosis de valentía para muchos padres que sin ser católicos o practicantes permiten que sus hijos sean adoctrinados por razones meramente acomodaticias, y de las autoridades que tienen como misión velar por una educación de los menores integral, plural, veraz y respetuosa con las ideas de los demás.

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