Desde los inicios del
cristianismo los obispos se preocuparon, como era de esperar, por mantener
unidos en la fe a sus creyentes. Eran tiempos en los que la doctrina de la Iglesia
no estaba suficientemente clara, aunque sí las enseñanzas de Jesucristo
(relativamente), y cada cual tendía a elaborar las propias de modo que era
preciso mantener la unidad, criterio que también era sostenido por los primeros
emperadores romanos cristianizados, lo que era sinónimo de preservar el orden
publico dado que la unidad religiosa era una garantía de estabilidad. Reino y religión
siempre fueron de la mano desde los orígenes de las civilizaciones, en la
practica son distintas manifestaciones del poder, el civil fruto de la
necesaria organización de la sociedad y el religioso imprescindible para dominar
las conciencias. La alianza entre ambos poderes quedo determinada con la
personación, desde los tiempos de los primeros reyes mesopotámicos y faraones
egipcios, de la divinidad en la figura del rey o faraón. El cristianismo no ha
hecho otra cosa que perpetuar y renovar dicha alianza en los diferentes
momentos históricos, desde los tiempos del Imperio Romano, hasta los modernos
imperios y reinos desde Carlomagno, superando no sin dificultad periodos de contestación
en su seno (Reforma protestante) y de rechazo al poder de la Iglesia y a las
creencias religiosas (Ilustración). En tiempos más próximos, la dictadura
franquista en España gozaba del respaldo de la Iglesia Católica para quien el
dictador lo era por la gracia de Dios, a pesar de los miles de muerto a sus
espaldas. Todavía en los tiempos presentes muchos Estados mantienen el
adoctrinamiento religioso en las escuelas publicas y otros tantos gobiernos
juran el cargo delante de un crucifijo y colocando las manos sobre una Biblia como
muestra de que la vieja la alianza sigue en vigor.
Volviendo a la idea inicial,
emperadores y obispos idearon reuniones para resolver las discrepancias
surgidas en el seno de la Iglesia, unificar criterios en las ideas mas
descabelladas, irracionales y enrevesadas imaginables (fruto, sin duda, de
mentes descerebradas), que contra todo pronostico razonable fueron asumidas por
la sociedad y sus miembros sin rechistar demasiado, naturalmente que quienes se
opusieran tenían garantizada la persecución, el destierro e incluso la muerte; y
de paso crear escuela, simbología y rituales para divertimento del personal.
Entre estas ideas disparatadas podríamos
citar la de un solo Dios (suponiendo en sí que ésta no sea disparatada) con
tres personalidades distintas, tres dioses emparentados en uno, quizás para no
romper demasiado con la cultura religiosa greco-romana y su firmamento repleto
de dioses de distinto rango, una mujer embarazada sin intervención de varón que
da a luz un dios, un hombre que resucita y sube a los cielos, una corte
celestial de seres imaginarios (ángeles, arcángeles y querubines) para
organizar la llegada de las almas al paraíso y otra jerarquía infernal de
demonios para organizar la propia de quienes, fruto del pecado y de la
insolencia, no eran merecedores de la gloria eterna y habían de sufrir por ello
las llamas del infierno.
Fueron veintiuno los concilios,
conclaves o asambleas llamados ecuménicos, de los cuales ocho tuvieron lugar
antes del cisma de Oriente convocados por los emperadores romanos de la época y
celebráronse en tierras griegas o turcas. ¡Cuánto tiempo, siglos, dedicados a
debatir sobre la existencia de Dios, de su Hijo imaginario, de la supuesta madre
de éste y de su virginidad, de la misión del llamado Espíritu Santo en tal alta
concepción, en tratar de explicar la palabra de Dios escrita por unos autores
desconocidos, en determinar el sexo de los ángeles, la naturaleza del pecado,
de los sacramentos, de los valores espirituales, la importancia de la oración, de
las creencias obligatorias (desde la existencia del alma hasta una visión cosmológica
incapaz de resistir el paso de los tiempos), del papel de los escenarios
imaginarios del cielo, infierno, purgatorio y limbo (hoy descartada su existencia
por la propia Iglesia), de las relaciones del Papa con su Iglesia incluida su
propia infalibilidad (eso sí, conservando su humanidad y con ello la
imperfección de que todo ser humano es objeto) y de otras tantas cuestiones, la
mayoría irrelevantes para la inteligencia, pero de suma importancia para el
objetivo de la cristiandad y de los poderes civiles instituidos!
Con el paso del tiempo se crearon
cátedras de Teología para estudiar la esencia de Dios, el Ser Supremo, su
naturaleza y la de las cosas creadas por él, para discurrir sobre la divinidad
y la relación con el hombre (y la mujer debemos entender, aunque dudamos dado
el papel tan secundario que las religiones les otorga) y con su Hijo (o sea con
Jesucristo) y con la madre de éste, la Virgen María, así como con el Espíritu Santo,
la segunda divinidad cuyos orígenes desconocemos, el origen divino del poder y la
supremacía del poder religioso sobre el civil, las relaciones entre fe y razón
y los argumentos para demostrar la existencia de Dios, la interpretación de las
“Sagradas Escrituras” que contienen la palabra de Dios y como tal hecho
incuestionable determinante para entender el mundo en el que vivimos. Aparecieron
distintas tendencias teológicas que se debatían sobre las cuestiones mas disparatadas.
Se fundaron escuelas para el adoctrinamiento religioso católico, se estableció
una liturgia que embelezara a sus seguidores y atrajera a los paganos, se
idearon formulas de condena de la herejía e instrumentos de persecución y de
tortura, se creo y desarrollo una imaginaría religiosa a medida para cada
población, se desarrollaron ritos religiosos populares, se estableció la figura
del padre espiritual (conocedor, a través de la confesión, de los pormenores
inconfesables del ser humano, ¡que inmenso instrumento de dominación!) como
director de las almas hacia el paraíso celestial en contrapartida a las
desgracias terrenales, ante las que solo cabían la resignación y la esperanza
de la felicidad eterna; en ningún caso la rebelión del ser humano ante la
desgracia es objeto de consideración.
En suma, un mundo, una
civilización basada en la mentira, en el engaño, una gran estafa para desgracia
del ser humano.
Muy de acuerdo en líneas generales. Sí que es un tema para debate tranquilo y sosegado. Convencido plenamente de que el poder se vale de la fe de los ingenuos y de los aprovechados de la misma para sacar partido. A ello se une el capital, el dinero. La conclusión la veo algo pobre, exigiría un planteamiento profundo sobre cómo superar este dejar pasar sin afrontar una posible superación. Mi planteamiento personal por supuesto y mis reflexiones intentan superarlo...
ResponderEliminarDesde hace mucho tiempo se sabe que las religiones se crearon, inventaron, por el hombre, para ayudarle ante la angustia de su "limitada" existencia Otra cosa la utilizacion de las mismas para intereses expureos, lo cual no puede sorprender pues siempre ha sucedido
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