NT: Estando en Rafidim les ataco
Amalec, Moisés mando a Josué que le hiciera frente y mientras, cuando él
levantaba su mano Israel llevaba ventaja y cuando la bajaba, porque no podía
resistirla levantada tanto tiempo, prevalecía Amalec. Para evitarlo Arón y Jur
le sujetaron la mano y extermino a Malaec y a su pueblo al filo de la espada
(Ex. 17.8-13). Moisés alzo un altar diciendo que Yavé estará en guerra contra Amalec
de generación en generación (Ex. 17-15-16).
CM: En estos párrafos hay una
parte graciosa y otra dramática.
Debemos suponer que Amalec era el
jefe de una tribu que poblaba el desierto y se encontró con una enorme
multitud, a quien debió de ver como un peligro y por consiguiente decidió
atacarles. No sabían, claro esta, que se enfrentaban a un pueblo protegido. ¡Como
iban ellos a suponer que ese pueblo que transitaba su territorio conseguiría la
victoria por el solo hecho de que su jefe mantuviera el brazo levantado¡ Esta
es la parte graciosa. La verdad es que resulta ridículo observar como la
batalla en campo abierto se inclina a un lado u otro conforme alguien levante
el brazo o lo baja.
Es posible que muchos crean esta
cosa tan absurda y ridícula, hay mucha gente supersticiosa, pero esta fuera de
toda lógica y de cualquier otra interpretación razonable. Salvo que admitamos
que se trata de un cuento en el que se narran las aventuras y desventuras de
unos seres imaginarios.
¿Cuantas personas murieron de uno
y otro bando? Porque es de suponer que, hasta que sostuvieron la mano del pobre
Moisés, en los momentos en que no podía resistir el peso de su propio brazo
levantado, que algo mayor estaba para sostenerse mucho tiempo en pie (debía
rondar los noventa años), la batalla se inclinaba del lado de Amalec, momento
en el que caerían algunos israelitas. Los israelitas iban armados, llevaban
espadas, aunque no se menciona anteriormente que cargaran con ellas.
De forma que Josué se enfrento a
Amalec y los suyos y venció, pero no por merito propio, sino gracias al brazo
de Moisés que permaneció levantado hasta que Amalec se dio por vencido.
Lo dramático es la decisión de
Yavé de declarar la guerra a Amalec y su pueblo por las generaciones venideras,
de forma que no contentándose con la victoria conseguida, arroja a los
descendientes de los intervinientes en esta batalla la continuidad de la
guerra, lo que no es otra cosa que promover el odio generacional entre pueblos,
tarea muy propia del Dios bíblico.
NT: Jetró, sacerdote de Madián y
suegro de Moisés, habiendo tenido noticias de éste, emprendió camino hacia su
encuentro con su hija Séfora y sus dos nietos, hijos de Moisés (Ex. 18.1-5).
Cuando conoció toda la odisea del pueblo israelita, Jetró bendijo a Yavé y dice
“ahora se que Yavé es mas grande que todos los dioses, haciendo recaer sobre
los egipcios su maldad”, a continuación ofreció a Dios un holocausto y
sacrificios pacíficos y comieron ante Dios (Ex. 18.10-12).
CM: Recordemos que Moisés, en su
primera huida de Egipto, defendió a las hijas de Jetró cuando, yendo a por agua,
unos pastores las incomodaban. Del casamiento con una de ellas, Séfora, tuvo
dos hijos Gérson y Eliezer y todos quedaron en Madián cuando Moisés fue llamado
por Yavé.
Moisés le cuenta a su centenario suegro,
con todo detalle, lo que Yavé había hecho por el pueblo israelita, como había tratado
al faraón y al pueblo egipcio en favor de Israel y de las contrariedades que habían
tenido en el camino y como Yavé le había librado de ellas.
Jatró era sacerdote de otro Dios,
pero cuando oyó todo lo que le contó Moisés, debió de quedar tan convencido que
comprendió que este Dios era más grande que el suyo y que todos los demás y por
ello le rindió honores. No sabemos como justificaría ante sus superiores esta
conversión a otra religión.
NT: Al día siguiente Moisés se sentó
para juzgar al pueblo y su suegro le pregunto ¿Por qué haces esto con el
pueblo? ¿Por qué te sientas tú solo a juzgar y todo el mundo esta delante de ti
desde la mañana a la tarde? (Ex. 18.13-14). Es que el pueblo viene a mi para
consultar a Dios, cuando tienen una querella yo juzgo entre ellos, haciéndoles
saber los mandatos de Dios y sus leyes (Ex. 18.15-16). Jetro le dice que es un
trabajo demasiado pesado para el solo y le aconseja que elija a los hombres más
capaces y temerosos de Dios y los haga jefes de millar, de centena, de
cincuentena y de decena. Que juzguen ellos sobre los asuntos menores y te
lleven a ti los más graves. Hizo esto Moisés y Jetro regreso a su tierra (Ex.
18.17-27).
CM: Sabio consejo el que da Jetro
a su yerno, no en balde debía ser un verdadero dirigente y experimentado,
mientras que Moisés lo era forzado y no se le ocurrió, ni tampoco a su hermano,
que podía delegar en otras personas gran parte de las tareas cotidianas de
gestión de un colectivo tan numeroso, seiscientos mil judíos salieron de Egipto
con sus hijos a cuestas.
Dada la época que relata el Éxodo,
es comprensible que esta sociedad hebrea estuviese dirigida por un sacerdote
(esto seria Moisés, un representante de Dios ante los hombres) y que las leyes
que se aplicasen fuesen las supuestamente dimanadas por Dios. Lo que no es tan
comprensible es que en el siglo XXI muchos se rijan por estas leyes divinas o
pretendan que estas se conviertan en el
derecho civil.
Lo que establece el Éxodo es una
forma de gobierno dictatorial en la que un jefe elegido por Dios, es decir un líder
religioso, ejerce la autoridad sobre su pueblo. ¿Cómo pueden saber los súbditos
que fue elegido por Dios? solo tienen la palabra del propio elegido que así lo
manifiesta y su pueblo le cree y le acepta con tal. En muchas ocasiones esta
autoridad se transmite a sus herederos sin que los súbditos sepan a ciencia
cierta si Dios intervino o no en esta nueva elección.
En suma, que la escritura sagrada
sirve a muchos dirigentes para tomar el poder político, ejercerlo con despotismo
y convertirlo en hereditario.
Jetro, tras darle a Moisés el
sabio consejo partió a su tierra, dejando a Moisés con la ardua tarea de
nombrar a setenta y ocho mil seiscientos jefes, o quizás la mitad, teniendo en
cuenta que la mujeres, con toda seguridad no entraban en el recuento, pero esto
es lo que sale a razón de un jefe por millar, uno por centena, uno por
cincuentena y uno por decena.
No dice el libro si la mujer de
Moisés (Sefora) y sus dos hijos se quedaron con el o si se fueron con su suegro.
Hemos de suponer que la llamada de dios era tan fuerte que Moisés debió de
renunciar a su familia.